En la masa del agua

De flores  y de fiestas creí que vivían los cabellos
enredados como estaban en la carne,
haciéndose espuma firme que brota.


Aunque pensé que no se danza de ese modo en el océano,
aunque supuse que en exceso no se pueden mezclar
las sales con los humores,
fui ahogándome, es que creí
que el ritmo de las aguas era casi eterno,
al menos bellamente repetitivo.


No hubo mundo entonces
más que el espeso mar meciéndose automático,
tan bello como aburrido y solo,
amasando los ojos sobre un espejo vacío.

En el fondo grumoso se ondulaba un cuerpo,
quizás como el mío.

Lo ví deshacerse lentamente en películas delgadas,
capas de piel blanquecinas,
cabellos que se desprendían blandos
porque aquí no hay fiesta ni flores.

 

Mi cuerpo


Como dos antiguos amigos
reposamos mi cuerpo y yo
ahora en el silencio,
y observamos con blanda paz
el bullicio de sus túneles,
su arquitectura de fuerza y atributos.

Viste consistencia de mi endeble andamio
y habla de mí como de alguien tan lejano
para esconderme amorosamente
creyendo quizás que de espinas moriría,
o de intemperie.

De su materia
sólo saben las fogatas de la tierra
en las que ardió sacrificándose en mi nombre.
Me serví de su extensa piel
para enumerar el dolor, erizar las ansias,
darle real imagen al desgarro.

De la gracia de sus ojos
obtuve
la coartada y el sutil descanso,
de que lo confundieran conmigo.

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